sábado, 2 de octubre de 2010

LA DECADENCIA DEL FÚTBOL ARGENTINO

Incorporamos esta nota de La Nación al blog pues nos pareció excelente. El Sr. Prestileo, a quien felicitamos por su claridad conceptual al momento de enfocar el problema, ha hecho una descripción en nuestra opinión casi perfecta del diagnóstico de la patética situación a la que Grondona, Meiszner, el Pícaro Fernández, Mauricio Macri, Pablo Paladino, Javier Castrilli y Rubén Pérez, entre otros, han llevado al fútbol argentino.

La incapacidad de los funcionarios y en algunos casos, el alto nivel de corrupción e impunidad con las que se manejan, han dado como resultado el escenario que nos describe el autor. Hemos retrocedido 20 años en los últimos 7 en lo que ha calidad de organización de fútbol se refiere.


El fútbol que no tiene sentido


 

02 de Octubre de 2010 - 00:00
 
No será suficiente todo lo que se señale sobre la vergüenza que para nuestro fútbol, como mínimo, significan imágenes como la vista el miércoles, en Quilmes. Una cancha con entrada prohibida para una hinchada entera dice mucho sobre nosotros. Nada bueno, por cierto. Que haya que extremarse hasta lo imposible para evitar la convivencia pasajera entre dos grupos de personas -entre las que no media ninguna disputa de supervivencia extrema ni mucho menos- nos retrata de una manera cruda, dramática.  
Más que el debate sobre los errores de los árbitros, más que lo supuestamente mediocre del nivel del juego o que cualquier otra de sus problemáticas, este grado de intolerancia creció hasta volverse la mayor señal de degradación del fútbol argentino. Se agravó hasta alcanzar la condición de mal endémico, situación a la que llegó después de un proceso de acostumbramiento y resignación que viene desde muchos años atrás. Que de una fiesta popular tan tradicional como un clásico entre Estudiantes y Gimnasia haya quedado afuera la mitad de su público potencial, del elemento que le da sentido a este juego como un entretenimiento masivo, hoy ya no es una novedad relevante, no sorprende a nadie. Las categorías del ascenso vienen conviviendo con la misma circunstancia desde hace tiempo y ya casi la asumen como algo natural. Tampoco asombran ya las penosas imágenes de sectores enteros desiertos sólo para establecer una distancia prudencial y segura entre una hinchada y la otra.  
Es la peor de las metáforas: se trata del género humano, pero la realidad sugiere y hasta obliga a tomar recaudos que son más propios de especies de zoológico. En la Argentina, hoy, construir un estadio implica prever espacios adicionales para que no los use nadie.  
Tal vez lo más sombrío del caso es que parece haberse abandonado toda iniciativa o siquiera expectativa de volver a un estado parecido a la normalidad, aunque más no fuera de a poco. Hasta hace algún tiempo existía, por lo menos como una inquietud de algunos, la de observar medios más evolucionados y aspirar a imitarlos, como aquella alusión a lo que sucede en las canchas inglesas, en las que el público tiene la posibilidad del contacto directo con los jugadores porque no hay ninguna frontera física entre la cancha y las tribunas. Hoy, una comparación así es una señal de candidez, como hablar de una utopía.  
Los aspectos técnicos del juego siempre mostraron altos y bajos, oscilaciones históricas lógicas porque las camadas de jugadores y árbitros no son todas iguales. Todo eso podrá salir de la vulgaridad en la que hoy parece estancado, pero mientras ese progreso no abarque el paisaje de las tribunas, el fútbol, como espectáculo, no tendrá sentido.  

 

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